Por Alexander Prieto Osorno *
(Madrid. España, OM)
Esta época de prohibición actual del tabaco en Occidente contrasta con el milenario consumo de esta planta entre los pueblos aborígenes de América. Mientras los occidentales sólo fuman el tabaco, las etnias amerindias poseen una asombrosa variedad de métodos de consumo. Lo ingieren en grandes cantidades y siempre con carácter trascendental. Los indígenas lo mascan, lo beben en forma de jarabe o zumo, lo fuman, aspiran su humo, lo inhalan en polvo rapé, lo aplican sobre los ojos y la piel, lo lamen hecho pasta, lo administran como supositorios y lo emplean para hacer lavativas intestinales. Estos y muchos otros usos demuestran la riqueza cultural que tiene esta planta entre los pueblos amerindios.
Desde hace miles de años, los pueblos precolombinos atribuyen al tabaco la facultad de hacer visibles, en el humo, los espíritus que habitan dentro de cada individuo. El antropólogo Johannes Wilbert, en su libro Tobacco and Shamanism in South America (Yale University Press, 1987) dice que "hay motivos para pensar que el cultivo del tabaco con fines religiosos y curativos, incluyendo el uso para el trance shamánico, se inició por el mismo tiempo que la agricultura forestal tropical en América del Sur, aproximadamente hace seis a ocho mil años; incluso, es posible que verdaderamente haya sido el primer cultígeno como tal en todo el subcontinente."
La aventura del tabaco para Europa y el resto del mundo comenzó en 1492, cuando Cristóbal Colón y sus hombres advirtieron en América la estrecha relación de los indígenas con esta planta. Rodrigo de Jerez, un miembro de la expedición, se aficionó al tabaco y la llevó consigo a Europa, donde se extendió su consumo fumado y aspirado en polvo rapé.
A partir de entonces, el tabaco ha experimentado una larga historia de prohibiciones y aceptaciones morales y sociales que han sido reseñadas por muchos investigadores, entre ellos el británico Iain Gately en su obra La diva nicotina (Ediciones B, Barcelona, 2003).
Los cultivos de la planta se explayaron por todo el continente americano y en España y Portugal. Y mientras crecía su consumo, las voces críticas comenzaron a escucharse. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez (1478-1557) afirmó en su Historia General y Natural de las indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano que "entre otras costumbres reprobables los indios tienen una que es especialmente nociva y que consiste en la absorción de una cierta clase de humo a lo que llaman ´tabaco´ para producir un estado de estupor". Luego, la Iglesia Católica y diversos monarcas europeos señalaron al tabaco como la planta del demonio. En Inglaterra y Rusia su consumo fue prohibido, y dos Papas desde el Vaticano dictaminaron la excomunión para los fumadores tras considerar que el tabaco era una sustancia degradante para el cuerpo y el alma.
En el siglo XVI, el tabaco tuvo su gran propagandista en el médico español Nicolás de Monardes (1508-1588), quien escribió un folleto para divulgar las bondades medicinales de la planta. Monardes afirmó que el tabaco limpiaba y reanimaba el cerebro y recomendó su uso para los malestares del cuerpo, riñones, mal aliento y para curar heridas y mordeduras. Este folleto cayó en las manos del diplomático francés Jean Nicot (1530-1600), quien llevó el tabaco a su país y consiguió fama al curar con esta sustancia las migrañas de la esposa del rey Enrique II, Catalina de Médicis.
Con el tiempo y la avasalladora comercialización del tabaco para fumar se han perdido las tradiciones precolombinas sobre las diferentes preparaciones y usos de esta planta. El pueblo maya hacía hogueras con hojas de tabaco como ofrenda a sus dioses y los indígenas aspiraban el humo, pero también preparaban ungüentos y jarabes para beberlo y administrarlo medicinalmente. Lo utilizaban para cicatrizar y sanar heridas en la piel, así como para combatir distintos malestares del cuerpo y quebrantos del espíritu. Hoy ciertas etnias de la selva amazónica de Colombia y Venezuela hierven en agua las hojas de tabaco y les añaden otros ingredientes naturales para elaborar un jarabe espeso para lamer, llamado "ambil", que consumen de modo tan habitual como las hojas de coca. Según dicen, el "ambil" cura el cuerpo y aviva y purifica la mente.
La enorme riqueza de la cultura del tabaco en los pueblos amerindios está demostrada en los estudios del antropólogo norteamericano Johannes Wilbert consignados en la obra citadaTobacco and Shamanism in South America. En estas etnias, el consumo de la planta siempre ha estado asociado a la figura del Chamán (o Shamán), dueño del acervo cultural de cada tribu y único capacitado para sacar el mejor provecho de esta sustancia y para administrársela a los miembros de su comunidad. En América, ciertas especies de tabaco crecen silvestre en las montañas, especialmente en la tierra revuelta y enriquecida de los lugares de enterramiento, por lo cual los indígenas lo han considerado como un regalo de sus ancestros y una herramienta de comunicación con el mundo de los espíritus y con sus antepasados.
De las 64 especies de tabaco casi el 60 por ciento son originarias de Suramérica, la mayoría de las regiones andinas. Allí los chamanes diferencian muy bien la administración del tabaco con fines terapéuticos o mágico-religiosos. Lo aplican sobre la piel siempre como medicina. Wilbert dice que "la aplicación de productos de tabaco sobre la piel sana o escoriada tiene una distribución muy extendida en la América del Sur indígena, incluyendo la práctica de fumar y soplar el humo en forma general o dirigida; de soplar escupida con jugo de tabaco, saliva mezclada con nicotina, y tabaco en polvo; masajes con saliva; abluciones de jugo; rapé y envoltorios de hojas y compresas". Pero también el tabaco se administra sobre los ojos con fines rituales. El Chamán aplica el jugo de tabaco o lanza el humo sobre los ojos del indígena, que ingiere la nicotina por esta vía.
De las 64 especies de tabaco casi el 60 por ciento son originarias de Suramérica, la mayoría de las regiones andinas. Allí los chamanes diferencian muy bien la administración del tabaco con fines terapéuticos o mágico-religiosos. Lo aplican sobre la piel siempre como medicina. Wilbert dice que "la aplicación de productos de tabaco sobre la piel sana o escoriada tiene una distribución muy extendida en la América del Sur indígena, incluyendo la práctica de fumar y soplar el humo en forma general o dirigida; de soplar escupida con jugo de tabaco, saliva mezclada con nicotina, y tabaco en polvo; masajes con saliva; abluciones de jugo; rapé y envoltorios de hojas y compresas". Pero también el tabaco se administra sobre los ojos con fines rituales. El Chamán aplica el jugo de tabaco o lanza el humo sobre los ojos del indígena, que ingiere la nicotina por esta vía.
Los chamanes son protectores combativos de sus sociedades, según Wilbert. Luchan soplando el humo de tabaco y lanzando su saliva contra sus enemigos de la atmósfera como las tempestades, los relámpagos y contra el ejército de contrincantes que amenazan la existencia humana. En muchas sociedades amerindias los chamanes ejercen su poder en forma de jaguares salvajes, lo que consiguen con la ayuda de ingestión de tabaco.
Las conclusiones a las que llega el antropólogo Johannes Wilbert resultan contundentes en los actuales tiempos de prohibición del tabaco en Occidente: "Lo que resulta claro mediante estos ejemplos es que los indígenas americanos usaban el tabaco como una droga que confirma la vida, es decir, que ordena la vida (...) Contrariamente, la escena moderna de la droga, privada del derecho a representación del ambiente cultural, está a menudo carente de valores transcendentales de modo que escenarios de pseudoimaginación tienen que ser evocados (a manera de publicidad) para hacer el uso del tabaco aceptado, basado únicamente en fundamentos hedonísticos."
En estos tiempos en que el tabaco ha vuelto a convertirse en una sustancia maldita es oportuno rescatar y profundizar en la gran riqueza cultural de esta planta en los pueblos amerindios. Una sabiduría milenaria, siempre desdeñada, que vive a la espera de ser realmente descubierta.