En 1807 se publicó uno de los primeros manuales de socorrismo para ahogados en el río o en el mar.
A quien había caído en el agua sin saber nadar, y era sacado medio muerto, había que practicarle urgentemente una serie de primeros auxilios.
El manual de la época aconsejaba:
“Rasgar las vestiduras del accidentado y enjugar o secar su cuerpo con franelas. Tenderlo cerca del fuego e introducir aire caliente por su boca mediante una cánula. Al mismo tiempo hay que introducir humo de tabaco por su ano mediante una máquina de fumigar o fuelle, y en caso de que no se dispusiera de tal artilugio, se utilizarían un par de pipas de fumar. Hecho esto, se darán al ahogado gotas de agua de toronjil (hierba olorosa usada como remedio terapéutico para apaciguar los nervios, también se suele utilizar para aplacar cólicos digestivos), y se aplicarán a las plantas de los pies ladrillos calientes al tiempo que con una pluma de ave se le estimulará el interior de la boca”
A pesar de lo extraño que pueda parecer, la fumigación de tabaco en los intestinos, a través del recto, no era una novedad. Ya a principios del siglo XVII, la practicaban los nativos americanos en Acadia (antiguas colonias de Francia en Canadá), llenaban una vejiga de cerdo, o una tripa gruesa, de humo de tabaco y, apretándola con sus manos, la vaciaban en el intestino del ahogado mediante una cánula.
Los médicos europeos del siglo XVIII se entusiasmaron con esta práctica, opinaban que los intestinos, por su situación y organización, podían reavivar la sensibilidad casi perdida del todo y que, por lo tanto, la insuflación de algo áspero y caliente como el humo de tabaco era un socorro muy eficaz que se debía usar sistemáticamente.
En este interesante pdf (http://asclepio.revistas.csic.es/index.php/asclepio/article/viewFile/159/1) hay más información sobre el primer manual de socorrismo conocido, y como hemos dicho muchas veces aqui, afortunadamente, los tiempos cambian.